![[Collaboration] Barañamo and the Radiance of Liqueurs](http://starboyjavi.com/cdn/shop/articles/20250810_113715_8970f84b-144d-42f3-a02a-65481138e77f.jpg?v=1756807860&width=1100)
[Colaboración] Barañamo y el resplandor de los licores
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🍾 Barañamo y el resplandor de los licores
En esta ocasión, les presento a Licores Barañamo , una empresa familiar con raíces en el corazón del País Vasco desde 1831. Tuvieron la amabilidad de enviarme cuatro de sus licores más emblemáticos: licor de hierbas, patxaran, vermut y ginebra artesanal . Cada uno llegó como un universo embotellado, con personalidad, aroma y color propios, y esos tonos intensos que tanto ansiaba. Cuando los descubrí, lo que más me impactó fueron los colores. Supe de inmediato que tenía que crear una pieza inspirada en esa paleta forjada en licor.
Para mí, colaboraciones como esta son rituales. Me gusta conocer el producto, probarlo, observar cómo reacciona mi cuerpo, qué recuerdos evoca, qué emociones provoca. Luego dejo que todo eso se filtre en mi proceso creativo. Pinto desde la experiencia, desde lo que me conmueve. Y en este caso, lo que me conmovió fue más que el sabor: fueron los recuerdos, la familia y una conexión inesperada con mi madre.
☄️ Meteorito de color
El lienzo que creé para Licores Barañamo es una explosión de color, sí, pero también de ritmo, textura y energía, que cae y golpea la superficie como una lluvia de meteoritos. No es una representación literal de los licores, sino una interpretación emocional. Cada pincelada lleva una intención, impactando la Tierra, las vidas, yo, la memoria, lo que siento en cada momento de degustación.
- Los amarillos dorados y los verdes herbáceos se expanden como el licor de hierbas en el paladar: cálidos, envolventes, con un toque balsámico que reconforta. Estos colores dominan el centro del lienzo, especialmente el verde, que se percibe como el corazón de la composición, mientras que el amarillo se extiende hacia afuera. Representan no solo el sabor, sino también el vínculo emocional que tengo con esta bebida, gracias a mi madre.
- Rojos y púrpuras intensos se entrelazan como las endrinas del patxaran. Son colores que evocan atardeceres, fruta madura y una dulzura que no abruma. Sobre el lienzo, se mueven como una danza lenta, como si se resistieran a desaparecer.
- Los tonos ámbar, ocre y marrón terroso aparecen como capas más densas a lo largo de la pieza, especialmente a medida que nos alejamos del centro. Son vermut: botánicamente complejos, introspectivos. Estos tonos añaden profundidad, como la voz grave en una armonía.
- Azules eléctricos y estallidos cítricos irrumpen como la ginebra artesanal: brillantes, vivaces, con una chispa que despierta. En la pintura, estos tonos aparecen como destellos, como ráfagas de luz que atraviesan la composición y la elevan. Añaden un aura fosforescente y efervescente, pero solo en pequeñas dosis, lo justo para perturbar y realzar el resto.
Esta obra no pretende decorar. Pretende provocar. Hacer que el espectador sienta algo parecido a lo que yo sentí al probar estos licores. Que se deje llevar por los colores como uno se deja llevar por el sabor. Que se pierda un poco y, al hacerlo, quizás encuentre algo. O mejor aún, que no encuentre nada. Porque perderse en sensaciones —sabores, aromas, colores, sentimientos— es un viaje que todos emprendemos. Y a veces, no queremos volver. Permitámonos, si queremos, el lujo de permanecer en ese mundo flotante.
También quiero mencionar otra experiencia: mientras pintaba, los colores comenzaron a organizarse, como si instintivamente supieran dónde estaban. Y en esa silenciosa armonía, apareció una imagen inesperada: un pavo real. El pavo real me encontró, y de repente, sin darme cuenta, estaba dibujando trazos para darle vida instintivamente, aunque fuera de forma vaga.
No lo busqué, vino a mí. Los licores de Barañamo, con su elegancia y profundidad, me hicieron pensar en esa criatura majestuosa que no necesita ruido para hacerse notar. Su cola, cubierta de miles de ojos pintados, me recordó la riqueza cromática con la que trabajaba: verdes, azules, dorados, morados... todos desfilando en silencio.
Así que lo oculté en la pintura. No como figura central, sino como una presencia. Un símbolo de la majestuosidad que sentí al probar esos licores. Está ahí, camuflado entre las pinceladas. Y si no lo ves, no pasa nada. A veces, las cosas más bellas son las que solo se perciben.
🍸 Degustando los licores: un viaje a través del sabor, la memoria y el juego
Abrir cada botella fue fascinante. No me acerqué a ellas como un experto, sino como alguien curioso, con ganas de explorar. Me gusta catar sin expectativas, sin buscar notas específicas, simplemente dejando que el sabor hable. Como siempre digo, no soy un profesional, solo alguien con una perspectiva única y profundamente subjetiva.
- El licor de hierbas fue el primero en hablarme, y lo hizo con una voz familiar. Su aroma era intenso y complejo, con notas de menta, hinojo, eucalipto y un refrescante fondo cítrico. Lo probé con mi madre, quien heredó de mi abuelo la afición por los licores digestivos. Ya no está aquí para probarlo, pero me observa desde algún lugar. Cuando mi madre lo probó, sonrió y dijo: «Está delicioso». Y en ese momento, no hizo falta decir nada más: supe que era de primera calidad.
- El Patxaran me llevó por un camino diferente. Su dulzor afrutado, suave y envolvente, me recordó paseos por el campo, tardes tranquilas. Tiene un aire nostálgico que invita a recordar sin tristeza. Lo imaginé como el licor que mi abuelo habría elegido para terminar la comida del mediodía, relajado y contento, con esa sonrisa pícara que tenía después de comer y beber bien, durante la sobremesa de la sobremesa de la sobremesa, jaja.
- El vermut fue una sorpresa. Esperaba algo más convencional, pero lo que encontré fue una mezcla compleja con toques de clavo, vainilla, cítricos y un final amargo que lo equilibraba todo. Es un licor que evoluciona en boca, exigiendo atención. Lo vi como el acompañamiento perfecto para una tarde de otoño, con música suave y un libro en la mano.
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La ginebra artesanal era pura energía. El enebro estaba presente, pero no era abrumador, y las notas cítricas y especiadas le daban un carácter vibrante. Me recordó a las noches de verano, a las largas conversaciones y a los brindis espontáneos. Es una ginebra que te despierta, que invita a la celebración, cuando no quieres que la noche termine y simplemente dices: "Tomémonos un gin-tonic". Y quizá unos cuantos más.
En medio de esta exploración, decidí experimentar. Empecé a preparar cócteles con los licores de Barañamo. Tenía fruta fresca para elegir: sandía, higos, mango, arándanos, melón… No pretendo recordar las combinaciones exactas, porque sinceramente, no las recuerdo. No soy experta, aunque una vez hice un curso de coctelería, y las proporciones probablemente fueron un desastre técnico. Pero a veces me encanta experimentar, sin receta, salga bien o mal. Y esta vez… estaba delicioso. Me divertí muchísimo encontrando el equilibrio entre la fruta recién machacada y la cantidad justa de licor. No usé mucho, porque estos maravillosos licores merecen ser saboreados por sí solos, pero bueno, ¿por qué no dejar volar la creatividad también aquí?
El licor como arte: entregarse a lo bueno
Licores Barañamo aportó a esta colaboración, a través de sus intensos colores y sabores, una experiencia profundamente personal y familiar. Los colores que elegí no solo representan el producto, sino también los recuerdos que evocan y los momentos que evocan. Aunque mi abuela no está aquí para probarlos (y le habrían encantado; se le habrían iluminado los ojos), los bebí en su honor, al igual que mi madre. Y nos alegra haber honrado su memoria de esta manera.
Además, quiero agradecer a Licores Barañamo su profesionalismo, dedicación y generosidad en esta colaboración. Pusieron mucho cariño en enviarme cuatro de sus maravillosas creaciones, que me dejaron una huella imborrable. Simplemente fantástico.